Afganistan
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
“No estoy segura de cuántos días más seguiré en vida,” dice tranquilamente Malalai Joya. Los señores de la guerra que componen el nuevo gobierno “democrático” en Afganistán han estado enviando balas y bombas durante años para tratar de matar a esta pequeña mujer de 30 años proveniente de los campos de refugiados.
La historia de Malalai Joya vuelve al revés todo lo que nos han dicho sobre Afganistán. En la retórica oficial, ella representa lo que ha sido el motivo de nuestra lucha. Es una joven afgana que estableció una escuela clandestina secreta para niñas bajo los talibanes y – cuando fueron derrocados – tiró la burka, se presentó de candidata al parlamento, y enfrentó a los fundamentalistas religiosos.
Pero ella dice: “Vuestros gobiernos os han echado polvo a los ojos. No os han dicho la verdad. La situación para las mujeres es ahora tan catastrófica como lo fue durante los talibanes. Vuestros gobiernos han reemplazado el régimen fundamentalista de los talibanes con otro régimen fundamentalista de señores de la guerra. La historia de Joya es la historia de otro Afganistán – el que está detrás de la burka y detrás de la propaganda.
“Somos las guardianas de nuestras hermanas.”
Me reuní con Joya en un apartamento londinense, me siento con ella para hablar de la historia de su vida, el dolor vuelve a inundar su cara. Su cuerpo se tensa y sus puños se cierran.
INFANCIA
No había escuelas en los campos iraníes, y la madre de Joya estaba determinada de que sus hijas recibieran la educación que ella nunca había tenido. De modo que huyeron de nuevo, a campos en Pakistán Occidental. Allí, Joya comenzó a leer – y fue transformada. “Dime lo que lees y te diré quién eres,” dice. Desde los primeros años de su adolescencia, inhaló toda la literatura que podía – desde la poesía persa hasta los dramas de Bertolt Brecht y los discursos de Martin Luther King. Comenzó a transmitir su recién descubierta alfabetización a las mujeres mayores en los campos, incluida su propia madre.
Pronto descubrió que le encantaba enseñar – y, al cumplir 16 años, una obra benéfica llamada Organización para la Promoción de las Capacidades de Mujeres Afganas (OPAWC) le hizo una atrevida sugerencia: ve a Afganistán y establece una escuela secreta para niñas, bajo las narices de la tiranía talibán.
De modo que tomó la poca ropa que tenía y fue llevada secretamente a través de la frontera – y comenzaron “los mejores días de mi vida.” Odiaba tener que ponerse una burka, ser acosada en las calles por la omnipresente policía “de vicio y virtud”, y estar bajo la amenaza constante de ser descubierta y ejecutada. Pero dice que valió la pena por las pequeñas. “Cada vez que una nueva niña entraba a la clase, era un triunfo,” dice, resplandeciente. “No hay nada mejor.”
Apenas logró evitar ser descubierta, una y otra vez. Una vez estaba enseñando a una clase de muchachas en el sótano de una familia cuando la madre gritó repentinamente: “¡talibanes! ¡talibanes!” Joya dice: “Dije a mis estudiantes que se acostaran en el suelo y permanecieran totalmente silenciosas. Oímos pasos arriba y esperamos mucho tiempo.” En muchas ocasiones, hombres y mujeres corrientes – extraños anónimos – le ayudaron enviando a la policía en la dirección equivocada. Agrega: “Cada día en Afganistán, incluso ahora, cientos si no miles de mujeres comunes realizan esos pequeños gestos de solidaridad mutua. Somos las guardianas de nuestras hermanas.”
La obra benéfica quedó tan impresionada con su persona que la nombró directora. Joya decidió establecer una clínica para mujeres pobres justo antes de los ataques del 11-S. Cando comenzó la invasión estadounidense, los talibanes huyeron de su provincia, pero las bombas siguieron cayendo. “Se perdieron innecesariamente muchas vidas, igual que en la tragedia del 11 de septiembre,” dice. “El ruido era aterrador, y los niños se tapaban los oídos y gritaban y lloraban. El humo y el polvo llenaban el aire con cada bomba que caía.”
En cuanto los talibanes se retiraron, fueron reemplazados por los señores de la guerra que habían gobernado Afganistán justo antes.
Los señores de la guerra “han gobernado Afganistán desde entonces,” agrega. Mientras “se ha creado un simulacro de parlamento en Kabul para uso en EE.UU.,” el verdadero poder “está en manos de esos fundamentalistas que gobiernan en todas partes fuera de Kabul.” Como ejemplo, nombra al ex gobernador de Herat Khan. Estableció sus propios escuadrones de “vicio y virtud” que aterrorizaron a las mujeres y destruyeron casetes de vídeo y música. Tenía sus propias “milicias privadas, cárceles privadas”. La constitución de Afganistán es irrelevante en esos feudos privados.
Joya descubrió exactamente lo que eso significaba cuando comenzó a establecer la clínica – un señor de la guerra local anunció que no sería permitida, ya que era mujer y crítica del fundamentalismo. Lo hizo igual, y decidió enfrentar a ese fundamentalista presentándose a la elección para la Loya jirga (“reunión de los ancianos”) para elaborar la nueva constitución afgana. Hubo un gran movimiento de apoyo para esa muchacha que quería construir una clínica – y fue elegida. “Resultó ser que mi misión,” dice, “sería denunciar la verdadera naturaleza de la jirga desde adentro.”
“Nunca volví a estar segura.”
Al pasar ante las cámaras de televisión del mundo hacia la Loya jirga, lo primero que Joya vio fue “una larga fila con algunos de los peores abusadores de los derechos humanos que nuestro país haya jamás visto – señores de la guerra, criminales de guerra y fascistas.”
Pudo ver a los hombres que invitaron al país a Osama bin Laden, los hombres que introdujeron las leyes misóginas que después fueron seguidas por los talibanes, los hombres que habían masacrado civiles afganos.
Cuando le tocó su turno, se levantó, miró alrededor a los ensangrentados señores de la guerra y comenzó a hablar. “¿Por qué permitimos que haya criminales presentes? Son responsables por la situación en la que estamos… Son ellos los que convirtieron nuestro país en el centro de guerras nacionales e internacionales. Son los elementos más contrarios a las mujeres en nuestra sociedad que han puesto a nuestro país en este estado y quieren volver a hacer lo mismo… En su lugar deberían ser procesados en los tribunales nacionales e internacionales.”
Esos señores de la guerra – que alardean de ser duros – no pudieron hacer frente a una esbelta joven que decía la verdad. Comenzaron a gritar y a aullar, llamándola “prostituta” e “infiel”, y a arrojarle botellas. Un hombre trató de golpearla en la cara. Le cortaron el micrófono y la jirga se convirtió en un disturbio.
Tuvo que ser puesta bajo inmediata guardia armada – pero se negó a ser protegida por soldados estadounidenses, e insistió en que fueran policías afganos.
Su discurso fue transmitido a todo el mundo – y vitoreado en Afganistán. Recibió un inmenso apoyo de la gente de su país.
Una mujer extremadamente anciana llegó acarreada en una carretilla desvencijada, y explicó que había perdido dos hijos – uno ante los soviéticos, el otro ante los fundamentalistas. Dijo a Joya: “Tengo casi 100 años, y me muero. Cuando supe de usted y de lo que dijo, supe que tenía que verla. Dios la proteja, querida.”
Le entregó su argolla de oro, su única posesión de valor, y dijo: “¡Tiene que aceptarla! ¡He sufrido tanto en mi vida, y mi último deseo es que acepte éste mi regalo!
Pero los ocupantes de EE.UU. y la OTAN instruyeron a Joya que debía mostrar “cortesía y respeto” hacia los otros delegados. Cuando Zalmay Khalilzad, el embajador de EE.UU. le dijo eso, ella respondió: “Si estos criminales hubieran violado a su madre o a su hija o a su abuela, o matado a siete de sus hijos, para no hablar de todos los tesoros morales y materiales de su país, ¿qué palabras utilizaría contra semejantes criminales que estén dentro del marco de la cortesía y el respeto?”
Joya no quiere salir de su país; “Nunca podré partir mientras toda la gente pobre que amo viva en el peligro y la pobreza. No voy a buscar un sitio mejor y más seguro, y dejarla en el infierno.” Mientras me pide perdón por su inglés – que, en realidad, es excelente – vuelve a citar a Brecht: “Los que luchan fracasan a menudo, pero los que no luchan han fracasado siempre.”
La historia de Malalai Joya vuelve al revés todo lo que nos han dicho sobre Afganistán. En la retórica oficial, ella representa lo que ha sido el motivo de nuestra lucha. Es una joven afgana que estableció una escuela clandestina secreta para niñas bajo los talibanes y – cuando fueron derrocados – tiró la burka, se presentó de candidata al parlamento, y enfrentó a los fundamentalistas religiosos.
Pero ella dice: “Vuestros gobiernos os han echado polvo a los ojos. No os han dicho la verdad. La situación para las mujeres es ahora tan catastrófica como lo fue durante los talibanes. Vuestros gobiernos han reemplazado el régimen fundamentalista de los talibanes con otro régimen fundamentalista de señores de la guerra. La historia de Joya es la historia de otro Afganistán – el que está detrás de la burka y detrás de la propaganda.
“Somos las guardianas de nuestras hermanas.”
Me reuní con Joya en un apartamento londinense, me siento con ella para hablar de la historia de su vida, el dolor vuelve a inundar su cara. Su cuerpo se tensa y sus puños se cierran.
INFANCIA
No había escuelas en los campos iraníes, y la madre de Joya estaba determinada de que sus hijas recibieran la educación que ella nunca había tenido. De modo que huyeron de nuevo, a campos en Pakistán Occidental. Allí, Joya comenzó a leer – y fue transformada. “Dime lo que lees y te diré quién eres,” dice. Desde los primeros años de su adolescencia, inhaló toda la literatura que podía – desde la poesía persa hasta los dramas de Bertolt Brecht y los discursos de Martin Luther King. Comenzó a transmitir su recién descubierta alfabetización a las mujeres mayores en los campos, incluida su propia madre.
Pronto descubrió que le encantaba enseñar – y, al cumplir 16 años, una obra benéfica llamada Organización para la Promoción de las Capacidades de Mujeres Afganas (OPAWC) le hizo una atrevida sugerencia: ve a Afganistán y establece una escuela secreta para niñas, bajo las narices de la tiranía talibán.
De modo que tomó la poca ropa que tenía y fue llevada secretamente a través de la frontera – y comenzaron “los mejores días de mi vida.” Odiaba tener que ponerse una burka, ser acosada en las calles por la omnipresente policía “de vicio y virtud”, y estar bajo la amenaza constante de ser descubierta y ejecutada. Pero dice que valió la pena por las pequeñas. “Cada vez que una nueva niña entraba a la clase, era un triunfo,” dice, resplandeciente. “No hay nada mejor.”
Apenas logró evitar ser descubierta, una y otra vez. Una vez estaba enseñando a una clase de muchachas en el sótano de una familia cuando la madre gritó repentinamente: “¡talibanes! ¡talibanes!” Joya dice: “Dije a mis estudiantes que se acostaran en el suelo y permanecieran totalmente silenciosas. Oímos pasos arriba y esperamos mucho tiempo.” En muchas ocasiones, hombres y mujeres corrientes – extraños anónimos – le ayudaron enviando a la policía en la dirección equivocada. Agrega: “Cada día en Afganistán, incluso ahora, cientos si no miles de mujeres comunes realizan esos pequeños gestos de solidaridad mutua. Somos las guardianas de nuestras hermanas.”
La obra benéfica quedó tan impresionada con su persona que la nombró directora. Joya decidió establecer una clínica para mujeres pobres justo antes de los ataques del 11-S. Cando comenzó la invasión estadounidense, los talibanes huyeron de su provincia, pero las bombas siguieron cayendo. “Se perdieron innecesariamente muchas vidas, igual que en la tragedia del 11 de septiembre,” dice. “El ruido era aterrador, y los niños se tapaban los oídos y gritaban y lloraban. El humo y el polvo llenaban el aire con cada bomba que caía.”
En cuanto los talibanes se retiraron, fueron reemplazados por los señores de la guerra que habían gobernado Afganistán justo antes.
Los señores de la guerra “han gobernado Afganistán desde entonces,” agrega. Mientras “se ha creado un simulacro de parlamento en Kabul para uso en EE.UU.,” el verdadero poder “está en manos de esos fundamentalistas que gobiernan en todas partes fuera de Kabul.” Como ejemplo, nombra al ex gobernador de Herat Khan. Estableció sus propios escuadrones de “vicio y virtud” que aterrorizaron a las mujeres y destruyeron casetes de vídeo y música. Tenía sus propias “milicias privadas, cárceles privadas”. La constitución de Afganistán es irrelevante en esos feudos privados.
Joya descubrió exactamente lo que eso significaba cuando comenzó a establecer la clínica – un señor de la guerra local anunció que no sería permitida, ya que era mujer y crítica del fundamentalismo. Lo hizo igual, y decidió enfrentar a ese fundamentalista presentándose a la elección para la Loya jirga (“reunión de los ancianos”) para elaborar la nueva constitución afgana. Hubo un gran movimiento de apoyo para esa muchacha que quería construir una clínica – y fue elegida. “Resultó ser que mi misión,” dice, “sería denunciar la verdadera naturaleza de la jirga desde adentro.”
“Nunca volví a estar segura.”
Al pasar ante las cámaras de televisión del mundo hacia la Loya jirga, lo primero que Joya vio fue “una larga fila con algunos de los peores abusadores de los derechos humanos que nuestro país haya jamás visto – señores de la guerra, criminales de guerra y fascistas.”
Pudo ver a los hombres que invitaron al país a Osama bin Laden, los hombres que introdujeron las leyes misóginas que después fueron seguidas por los talibanes, los hombres que habían masacrado civiles afganos.
Cuando le tocó su turno, se levantó, miró alrededor a los ensangrentados señores de la guerra y comenzó a hablar. “¿Por qué permitimos que haya criminales presentes? Son responsables por la situación en la que estamos… Son ellos los que convirtieron nuestro país en el centro de guerras nacionales e internacionales. Son los elementos más contrarios a las mujeres en nuestra sociedad que han puesto a nuestro país en este estado y quieren volver a hacer lo mismo… En su lugar deberían ser procesados en los tribunales nacionales e internacionales.”
Esos señores de la guerra – que alardean de ser duros – no pudieron hacer frente a una esbelta joven que decía la verdad. Comenzaron a gritar y a aullar, llamándola “prostituta” e “infiel”, y a arrojarle botellas. Un hombre trató de golpearla en la cara. Le cortaron el micrófono y la jirga se convirtió en un disturbio.
Tuvo que ser puesta bajo inmediata guardia armada – pero se negó a ser protegida por soldados estadounidenses, e insistió en que fueran policías afganos.
Su discurso fue transmitido a todo el mundo – y vitoreado en Afganistán. Recibió un inmenso apoyo de la gente de su país.
Una mujer extremadamente anciana llegó acarreada en una carretilla desvencijada, y explicó que había perdido dos hijos – uno ante los soviéticos, el otro ante los fundamentalistas. Dijo a Joya: “Tengo casi 100 años, y me muero. Cuando supe de usted y de lo que dijo, supe que tenía que verla. Dios la proteja, querida.”
Le entregó su argolla de oro, su única posesión de valor, y dijo: “¡Tiene que aceptarla! ¡He sufrido tanto en mi vida, y mi último deseo es que acepte éste mi regalo!
Pero los ocupantes de EE.UU. y la OTAN instruyeron a Joya que debía mostrar “cortesía y respeto” hacia los otros delegados. Cuando Zalmay Khalilzad, el embajador de EE.UU. le dijo eso, ella respondió: “Si estos criminales hubieran violado a su madre o a su hija o a su abuela, o matado a siete de sus hijos, para no hablar de todos los tesoros morales y materiales de su país, ¿qué palabras utilizaría contra semejantes criminales que estén dentro del marco de la cortesía y el respeto?”
Joya no quiere salir de su país; “Nunca podré partir mientras toda la gente pobre que amo viva en el peligro y la pobreza. No voy a buscar un sitio mejor y más seguro, y dejarla en el infierno.” Mientras me pide perdón por su inglés – que, en realidad, es excelente – vuelve a citar a Brecht: “Los que luchan fracasan a menudo, pero los que no luchan han fracasado siempre.”
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