17 agosto 2009

RESEÑA DE LA PELICULA CORAZON DEL TIEMPO





Atenea Acevedo
Mujer y Palabra


...prefiero perder a nunca ser feliz...Kelvis Ochoa


El estreno de Corazón del tiempo (Alberto Cortés, 2008) en la cartelera comercial mexicana, exhibida en un penosamente escaso número de salas, coincide con la liberación, gracias a las diligentes gestiones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, de 20 de los paramilitares responsables de la matanza de 45 indígenas, conocida en los medios como masacre de Acteal y perpetrada el 22 de diciembre de 2007. Como a estas horas ya se sabrá alrededor del mundo, entre los liberados el pasado 13 de agosto se encuentra al menos un asesino confeso. Un botón más de muestra de la podredumbre del Estado mexicano y sus onerosas instituciones, citadas hasta la náusea como puntales de una democracia inexistente.
No tanto para ahuyentar esta nueva sombra como para intentar —otra vez— ampliar el horizonte de nuestra mirada hacia lo que somos y lo que torpemente rehusamos ser, el guión de Alberto Cortés y Herman Bellinghausen plasma el lenguaje sencillo y profundo de las comunidades indígenas zapatistas. Cuatro o cinco palabras alcanzan para recordarnos la imposibilidad de explicar racionalmente el enamoramiento, el peligro de la desavenencia entre familias unidas por la lucha de consolidación de la autonomía, la perseverancia de las mujeres que ya no consienten ser invisibles en la rebelión, lo inútil y doloroso que es ir en contra del propio corazón. Las frases directas, sabias y transparentes de los diálogos no dejan de dar batalla y obligan al espejo y la reflexión.
Sonia, pedida en matrimonio por el padre de Miguel, compromiso sellado con la entrega de una vaca a modo de dote en un entorno que no abandona el modelo patriarcal, se reconoce en los ojos de Julio, guerrillero inmerso en la montaña. Una discordia amorosa que podría fácilmente ser el motor de una telenovela cursi o pretexto para una película hueca más en manos de Televisa o Hollywood es el hilo conductor de la vida cotidiana en medio de esa guerra silenciosa, marcada por el acoso infatigable de los militares en contraposición al trabajo colectivo por vivir mejor.
Espectadoras clave del dilema de Sonia son Alicia, su hermana menor, y Zoraida, abuela de ambas. Símbolo del tiempo que fue, Zoraida recuerda los días de antaño, sujeta a la tiranía del patrón y la religión, y el vínculo que surgió entre los de abajo al levantar una comunidad autónoma. La luz en sus ojos ante la firmeza y la claridad de Sonia es el asombro y la esperanza. Alicia, casi adolescente en pleno, entreteje la sabiduría de la anciana con su curiosidad por misterios tan insondables como el amor de pareja y la resistencia del pueblo. Y es que, como bien sabemos quienes crecimos con ecos de la trova cubana, en los caminos de la lucha el sentimiento también manda, y el deseo romántico se confunde gozosamente con la pasión por la libertad. Así lo refleja la impecable banda sonora de Corazón del tiempo, con música original de, cómo no, dos músicos cubanos extraordinarios: Kelvis Ochoa y Descemer Bueno.
La película fue rodada en la Junta del Buen Gobierno Hacia la Esperanza sin actores profesionales ni protagonismos de líderes zapatistas. Se nota y se agradece a lo largo de este retrato de la selva lacandona, del miedo que se transforma en entereza y dignidad para reclamar y defender lo arrebatado durante siglos.
Corazón del tiempo es dulce portadora de las voces de quienes susurran para gritar, se cubren para hacerse visibles y están en la guerra para que se acabe la guerra. Son las voces de quienes viven en duermevela, ese pueblo que sueña despierto mientras el resto dormimos a pierna suelta la pesadilla perversa de la indiferencia, el clasismo, el racismo y la desidia en una tierra que día tras día pierde un poco más de su encanto ancestral.

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